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Retorno a las aulas. Atrapados entre la necesidad, la posibilidad y el miedo. Por Antonio Amate Secretario General de la federación de enseñanza de USO

Acción Sindical, Actualidad

Ojalá la vuelta al cole fuera absolutamente normal, igual que la de años anteriores. Creo que es el deseo unánime de todos. Y sería un gran alivio social, una gran noticia para el país, porque el retorno a las aulas es una prioridad nacional. ¿Qué lo impide?

El SarsCov-2 convive con nosotros desde comienzos de año y tenemos que acostumbrarnos a hacerlo de forma realista y efectiva. Estamos inmersos en una emergencia sanitaria que se prolongará a lo largo de todo el curso escolar y, por tanto, lo primero es determinar con precisión a qué nos enfrentamos. Aquí radica el mayor problema, lo desfigurada y borrosa que está la foto real de la pandemia por la avalancha interminable de información y contrainformación que está generando un desconcierto enorme.

Sabemos sobre el virus dos cosas: que tiene una letalidad global aproximadamente de un 1%, aunque en estos momentos en España sea muy inferior, en torno al 0,4%. Pero también, que más allá del riesgo propio de la gente mayor y con procesos crónicos, existe un tanto por ciento de pacientes que, sin que sepamos aún por qué, tienen una reacción al virus que les produce un proceso inflamatorio grave. Este último dato, una posible y aleatoria afección grave, es la que ha disparado exponencialmente el miedo a contagiarse, a jugar con la ruleta rusa del coronavirus. Las cifras de fallecidos en la primera oleada de la pandemia ponen los pelos de punta, y no es para menos, pues estamos hablando de unas 50.000 personas.

En las actuales circunstancias, el riesgo cero es imposible. Sólo podemos adaptarnos, reducir la probabilidad de contagio y cuidar especialmente a los grupos de población más vulnerable. La pregunta importante sería: ¿Cuál es el umbral de inseguridad que sería aceptable asumir socialmente? En este debate estamos atascados, con posiciones discrepantes y algunas de ellas cargadas de razones. Difícil elección.

El relato emocional va ganado la partida a la ciencia, a la técnica y a la gestión. Cuenta con la ayuda del sensacionalismo de los medios de comunicación que inundan diariamente la actualidad con noticias y opiniones funestas. Además, también se ve estimulado por el oportunismo de los partidos y de algunos sindicatos y organizaciones sociales. Si a ello sumamos la inseguridad de nuestros políticos, absolutamente agarrotados por el terror al juicio feroz de las televisiones y de los figurines mediáticos en un asunto tan resbaladizo, estamos generando un nudo cada día más difícil de desentrelazar. Como consecuencia, la sociedad española se ha polarizado en dos bandos, la alarmista y la escéptica o incluso la negacionista, dado el recelo de muchos ante el aluvión de restricciones y prohibiciones que venimos padeciendo desde marzo.

En lo referido a las escuelas, hay dos cosas que son incompatibles. Que los niños vuelvan a clase y que no se contagien. Eso es imposible. Sí o sí. Las posibles consecuencias de la transmisión consiguiente a profesores, padres y abuelos ya las conocemos sobradamente, pero es lo que hay ¿Qué nos queda? Ponderar los datos adecuadamente y actuar sobre la probabilidad. Es decir, describir bien los posibles escenarios de evolución de la Covid-19 con criterios médicos y científicos, y después actuar con decisión sobre el riesgo de contagio mediante las herramientas que funcionan: la higiene y la distancia personal, el uso de mascarillas, el recurso a la formación online, la alternancia presencial, hacer test, la detección precoz y con protocolos de actuación muy ágiles ante los futuros positivos.

A finales de agosto las cosas no están nada claras, y el profesorado teme que le obliguen a volver a trabajar en condiciones similares a las que dejaron en marzo con gel hidroalcohólico y sus propias mascarillas. Si algo hemos aprendido de este coronavirus, es que la convivencia prolongada de grupos humanos en espacios cerrados es su hábitat preferido. Nuestros políticos lo saben. No se puede prohibir a la hostelería reuniones de más de 10 personas, aunque sea al aire libre, o separarnos a dos metros de distancia en las playas a 40 grados bajo el sol y, a continuación, decirles a los profesores que se metan en aulas interiores con 25 o 30 alumnos durante 45 a 60 minutos en cinco o seis sesiones diarias. Recientemente han prohibido fumar en espacios exteriores, pero los gritos y chillidos habituales entre los colegiales no hay forma de evitarlos. En fin. Un mar de contradicciones que intranquilizarían al mismo Buda.

Próximamente vamos a conocer nuevos protocolos que se ajustarán sobre la marcha en función del factor de transmisión del virus, el R0, y la experiencia que se vaya adquiriendo. Por ello, me centraré ahora en algunas dificultades importantes que observo al valorar la situación en este momento. La primera es que necesitamos financiar suficientemente la excepcionalidad en todos los centros educativos atendiendo a su idiosincrasia. En la red de centros sostenidos con fondos públicos y también en los centros privados. La enfermedad es un problema sanitario universal y como tal debe ser tratado. No queda más remedio. El espectáculo que vimos en el Congreso durante el debate y votación del Plan de Medidas de Políticas Sociales me pareció patético. No parece que estemos en el momento más apropiado para promover ideologías sino para centrarnos en lo importante, que es evitar males mayores, la reconstrucción, aunar voluntades y salir adelante. Es decir, necesitamos aumentar las plantillas y prever las muchas sustituciones que pueden producirse en racimo, dadas las características de la Covid-19. También hay que financiar las medidas extras de higiene, que son muchas, incluida la necesaria presencia de sanitarios en los centros. Por último, habría que aprovisionar de recursos tecnológicos a docentes y alumnos para minimizar los efectos que se deriven de los posibles intervalos de no presencialidad temporal que puedan producirse.

La segunda es que habría que tener previsto adaptar el currículo oficial para el curso 2020/21, que será un año excepcional, de transición. Mantener el actual, inalterado, provocará un estrés muy alto en la comunidad educativa cuando se vayan produciendo los trastornos y complicaciones que son previsibles durante el transcurso del curso. Será necesario definir muy bien en cada etapa y en todas las áreas y materias lo que es más prioritario e imprescindible y adaptar los criterios de evaluación para no recaer otra vez en la tentación del aprobado general cuando llegue el último trimestre. Especialmente, en los cursos que concluyen con una titulación, como 4º de ESO y 2º de Bachillerato. La Formación Profesional tiene dificultades propias que también habrá que afrontar, como es el caso de los programas de formación en los centros de trabajo (FCT). Por último, y no por ello menos importante, habrá que cuidar de modo particular los protocolos de atención en nuestros centros de educación especial.

La tercera es que creo urgente empezar a informar correctamente, sin sensacionalismo, tanto a la comunidad educativa como a la sociedad en general, para concienciarla sobre las dificultades que se nos están presentando, y sobre todo, a cerca de las probabilidades reales que entrañan esas dificultades para contribuir entre todos a afrontarlas. El terribilismo no ayuda a nadie en ninguna circunstancia y siempre es paralizante. Un realismo informado facilita el compromiso personal, la confianza y una mayor determinación para afrontar los retos que tenemos presentes y los sacrificios que habrá que asumir. A veces, como decía el refrán, a grandes males, grandes remedios. Según evolucione la pandemia, es posible que tengamos que aceptar soluciones duras y difíciles, aunque el límite a las futuras actuaciones habrá que ponerlo siempre en priorizar la protección de los trabajadores, del alumnado y de sus familias.

En los próximos días las Administraciones irán explicando sus próximas acciones y podremos tener un mapa algo más detallado de la situación general. Tarde, como siempre. Esperemos que éste sea lo más homogéneo posible y, sobre todo, que persiga un balance razonable y equilibrado entre la exigencia de salud física, pero también de la salud integral; la salud afectiva, la salud relacional, la salud emocional y la salud económica. Ninguna de ellas debe prevalecer en detrimento de las otras. En tiempos difíciles como los que nos toca vivir, la moderación es más necesaria que nunca. Los extremistas son malos consejeros, pero ¡ojo!, que tampoco nos confundan a los prudentes con estúpidos.

 

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